Domingo sombrío

 

Hubiera podido suceder que Imre no se enterara nunca de esta historia. Ni Pál ni el abuelo hablaban de las viejas penas. Pero su tía Panka decidió contársela en la primavera de 1992, en un café verde y negro que estaba cerca del hospital Sándor. Era la cuasi gemela preferida de Imre. Era un poco menos brusca que su hermana. De todas formas, desde que se habían separado, las dos habían perdido algo de su desabrimiento. Pero Panka tenía un carácter más dulce. Por eso, le había pedido a Panka que lo acompañara cuando había ido al hospital a ver a Ági.

Después de la visita, teniendo ante sí unas tazas humeantes en una mesa pringosa, Palka había empezado a hablarle de los rusos, de la violación, del nacimiento de Pál, como si Imre estuviera enterado de todo aquello. Pero no lo estaba. Y la carga añadida de aquella insólita información parecía estar licuándole el cerebro. Sin dejar de concentrarse para no perderse nada de lo que le estaba contando su tía, le preocupaba una posible hemorragia y se tocaba nerviosamente los oídos para comprobar que no salía por allí ningún líquido vital.

–Cuando estaba embarazada de tu padre –le contó Panka a Imre– Sara se puso enorme. Triplicó su volumen. Parecía que fuera a explotar. Y sin embargo, cuando nació Pál, era pequeñísimo. Ridículo.

Imre recordó la expresión del abuelo: el hijo de su madre y de la tristeza. Se decía que ésta debió de ocupar el vientre de Sara. La tristeza junto al bebé. No había podido librarse nunca de ella. El niño había salido, pero la tristeza se había quedado, había construido una morada en su interior.

Mientras hablaba, Panka intentaba imaginárselo, se ponía en el lugar de su madre. Trataba de sentir como crecía dentro de ella aquel niño que había entrado por la fuerza. En parte odiado. Y al que su madre iba a adorar luego más que a ninguno.

–A Apa le parecía una provocación que ella prefiriera el hijo de un Ruskoff a los suyos –dijo ella, fumando un cigarrillo.

Vaciló un poco, por su mirada parecía como si se hubiera ido a buscar los recuerdos guardados en el interior de su cabeza, y luego reconoció:

–A mí tampoco me gustaba aquello.

Aplastó el cigarrillo en el cenicero de cristal encogiéndose de hombros como para defenderse de una acusación.

–No lo entendíamos.

Volvió a suspirar.

–Nadie entendía a Sara. Salvo tu padre. Se parecían mucho. Era como si ella hubiera conseguido que desapareciera de él su mitad rusa. Como si, a fin de cuentas, por un esfuerzo de voluntad, no hubiera sido concebido más que por ella.

Imre entendía ahora mejor el distanciamiento del abuelo, que su relación con Pál fuese tan rara. Panka miró hacia el hospital en que acababan de dejar a Ági.

–Claro que en aquella época no se tenía este tipo de opciones. Pero no sé…

–¿Qué? –preguntó Imre.

–No sé si en algún momento ella pensó en no tenerlo.

Imre pensó que él estaba excluido de aquellas consideraciones. Panka ni siquiera lo miraba. Le era imposible abordar aquel problema del mismo modo que su tía. Ági o Sara. Era un asunto de mujeres. Unos misterios que sólo se podían comprender si se tenía un vientre portador, la gran bolsa fértil que las unía entre sí, incluso a Panka, que nunca había tenido hijos.


domingo
Alice Zeniter
Domingo sombrío (2017)
Traducción de Juan Díaz de Atauri
Acantilado, Quaderns de Crema S.A., Barcelona, 220pp

 

Alice Zeniter (Alenzón, 1986) es una novelista y dramaturga francesa. A los dieciséis años publicó la novela Deux moins un égal zéro (2003), a la que siguieron Jusque dans nos bras (2010) y Domingo sombrío (2013; Acantilado, 2017).

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